viernes, 8 de mayo de 2009

Filosofando

Te quiero. Te extraño. Te llamo por teléfono. No estás. Me angustio. Te espero. Te busco. Pienso en ti: cierro los ojos y te imagino. Te veo luego, en la calle, y corro a tu encuentro, te abrazo, te beso, me agito, te digo frases fervorosas. Es el amor .
De pronto, un día, coloco una distancia entre tu persona y la mía, congelo la imagen que tenía de ti y de mis sentimientos y me pregunto: “¿Es esto amor o es mi amor”?
Ahora ya no pienso en ti, tampoco en mi, sino en un problema que está por encima de nosotros, el problema de un concepto, de una idea, de saber qué es el amor y en qué se distingue de mi amor. Entonces abandono lo particular, ese suceso que atañe a mi persona, y recuerdo que también hay otros que están enamorados, pienso en las historias de amor que narra la literatura, en lo que ocurrió entre Romeo y Julieta, y entre otras parejas. ¿Puedo yo decir “a mí me pasa lo mismo que a usted”?
Quiero saber qué es el amor, para verificar que lo mío, en efecto, es amor, y no un arrebato momentáneo o delirante. Quiero saber si estoy en lo cierto o si todo es mera fantasía al fin. Todos estos temblores internos que llamo amor tal vez merezcan otro nombre y pertenezcan a una realidad de otro orden. Estoy en crisis.
“Si no tuvieras esos ojos verdes –me pregunto–, ¿te querría igual?” Digo que sí, claro, pero no estoy seguro.
“¿Y si en lugar de ser delgada y de medir un metros sesenta y siete, fueras mas abultada y midieras uno cincuenta y nueve? Imagino que sí, que te amaría igual, pero... francamente cada vez estoy menos seguro. Después de todo, ¿por qué te quiero?
He aquí una pregunta que me desvela. Y cuando estoy desvelado, pienso. Y cuando pienso, quiero saber la verdad. Y cuando quiero saber la verdad, me aparto de la vida, me alejo, toma distancia y la contemplo de lejos. Ya no estoy involucrado en eso que pasa, sino que eso que pasa ahora se me ofrece como objeto de contemplación, de preguntas, de asombro.
Cuando pregunto si esto es amor o es meramente una ilusión mía, o es mi manera de amar pero no es el amor, hago filosofía. Porque estoy inseguro de lo que vivo. Porque caí en la duda.
Lo hago, insisto, cuando caigo en la duda. Caigo y debo levantarme. Es como si el piso cediera bajo mis pies y ya no pudiera seguir caminando, y tuviera que tuviera que ponerme a pensar en el piso, en los pies, en la manera de extender las piernas. Algo tan natural como caminar se torna un problema y obliga a pensar.
Crisis. Se ha roto algo. Se ha roto el piso, la base de aquello que vive. Mientras vivimos, no pensamos en lo que estamos viviendo. Cuando vamos al cine y nos entregamos viendo una película, nos olvidamos de que estamos de que estamos en el cine, despertamos y tomamos conciencia: estamos en un cine viendo una película, y algo está fallando. Pensamos qué hacer. ¿Quedarnos? ¿Esperar? ¿Volverá la luz? ¿Valía la pena venir al cine?
Uno piensa en el cine cuando no va al cine o cuando va y algo no funciona como debería. “Crisis” significa eso, algo que se rompe, y porque se rompe, hay que analizarlo. De ahí el término “crítica”, que significa análisis o estudio de algo para emitir un juicio. Y de ahí también “criterio”, que es razonamiento adecuado
La crisis nos obliga a pensar. La crisis del mundo, la de nuestras relaciones –que a veces están a punto de naufragar–, la crisis de la economía, de la política. Pensar es consecuencia de alguna crisis. Si no ¿para qué pensar? Si nos va mal en la vida, pedemos llegar a pensar en los negocios? Pero si nos va mal en todo, para qué me sirve?, ¿mejora mi vida con ello?
La crisis produce análisis, reflexión, Cuando el pensamiento es sistemático, cuando abarca los grandes temas de la vida, qué es la felicidad, sin dejarse llevar por las preferencias individuales, se llama filosofía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario